Muchas son las enseñanzas que a lo largo de 14 años adquiere uno en este camino. Una de ellas que considero importante es de que, como músico no debemos envidiar lo que hacen los demás ni comparar el trabajo de cada quien. Esto viene a cuenta porque es curioso, pero la envidia -ya sea en menor o mayor medida- ha estado latente con cada músico con que he tocado y lo malo es que en vez de empezar a criticar o comparar, lo que debería hacer cada uno es voltear la mirada al trecho recorrido y ver que es lo que ha hecho falta.
Varias son las expresiones que lo demuestran como por ejemplo: no fui a verlos porque me dan hueva, qué onda con su música para viejitos, deberías de dejar a las demás bandas con nosotros esta lo chido y así un sinnúmero de expresiones que ponen de manifiesto esto. En lo particular nunca he albergado este tipo de sentir y al contrario, me da gusto cuando alguien con el que compartí el gusto de tocar consigue algo como cuando mi primo grabo su primer EP con la banda Ameba.
Lamentablemente algunos de ellos, se sienten poseedores de un don que los exime de ensayar, de practicar a diario o de estar abierto a conocer nuevas cosas. Esta apatía tiene sus efectos negativos y produce en el músico el efecto de chingonismo excesivo, con el cual se sienten superiores a cualquiera -incluso sus mismos compañeros- y nada de lo que hagan los demás tiene la valía suficiente como para requerir su atención.
Pero no todos están cortados con la misma tijera. Están aquellos que la humildad no los ha dejado desde el primer momento que optaron por seguir esta ruta, aquellos que no tienen problema alguno con compartir algún tip o técnica, aquellos que siempre están dispuestos a cooperar sin esperar nada a cambio, aquellos que reconocen sus limitaciones y aprecian cuando un compañero es bueno, en pocas palabras, aquellos que saben que la música es universal, que nunca se termina de aprender y que nada tiene que ver con recelos, envidias o egos sin fundamento.
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