El cuerpo ardía a causa de la enfermedad
y muy a su pesar debía transportarle a través
de ese mundo aparte que es la red del metro,
en sus pasajes, andenes y vagones.
Su andar flemático desentonaba con el rápido
andar del oleaje de rostros ajenos que no paran
durante el día y que en determinados momentos
intensifican su flujo aglomerando los accesos.
Accedió al vagón en medio de empellones
y para su buena fortuna todavía alcanzo asiento,
lo malo es que daba al frente de la otra hilera
de lugares y eso le incomodaba bastante.
Comenzó el peregrinaje al Oriente de la ciudad
por sus subterráneos, con el peculiar bochorno
que habita las profundidades y el desfile itinerante
de vendedores ambulantes y limosneros.
Los vagones se empiezan a poblar y un niño
de la mano de su madre se colocan frente a él,
en otras circunstancias hubiera cedido su espacio
pero el malestar no cesa e inmovil se mantiene.
Ella entrega al pequeño un plato con papas
a la francesa embadurnadas de cátsup y mayonesa,
se recarga en el muslo del sentado -que hace las de barra-
y degusta sin empacho alguno su aperitivo chatarra.
¿ Cuanto falta ? se pregunta mientras intenta observar
en donde se encuentra, las demas miradas cansadas,
ajenas, indiferentes y silenciosas no reparan en su angustia
una anciana en muletas, no duda y cede su lugar.
A una estación de su destino,
dirige su quebrado ser a la salida y
sortea cuerpos asiéndose de donde puede...
¿ el purgatorio será una cosa parecida ?
***
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