¿ Por qué temer a la muerte, si es ella la que diariamente desciende por las noches, a dormirnos y a dormir con nosotros ?
Todas las noches, a la misma hora,
una paloma de penumbra blanca
llega volando a transformarse en sueño
para dormirnos en sereno idilio.
¡ Qué secretos tan hondos afloramos
en ese no decir que dice todo,
mientras la sombra con su tacto vivo
aprieta el nudo que los dos hacemos!
Yo me pregunto, cuando ya despierto
miro mi lecho: ¿ Vino algún lucero ?,
hay huellas luminosas en las sábanas
y olor a firmamento entre paredes.
Se adivina una fúnebre codicia...
¿ Quién es y por qué viene a estar conmigo ?
Yo no sé qué será lo que buscamos
con las nocturnas citas incorpóreas.
Explicarme pretendo su presencia,
su roce casto, inmaterial, vacío
como de fuego fatuo que inquemante
en lo oscuro me alumbra compañia.
Por lo que intuyo en soledad, yo creo
que algo me deja y a la vez se lleva
con su ternura alcanforada y fría:
intercambio de apego enamorado.
En cuanto empieza a madurar la noche
busco el regazo de mi lecho cómplice,
cierro los ojos para ver más claro
y espero hundido en mi zozobra ciega.
Todas las noches, a la misma hora,
excito mi esperanza y me desnudo
para agudizar que llegue lo invisible:
el ave errante del letargo cósmico
que borra el mundo y nos volvemos sueño.
Cuando ya no la espere, o que no venga,
me hallarán en mi cama solo y solo,
con los ojos abiertos, sin mirada;
quieto con la quietud enmudecida
del cadáver que ya no busca nada,
o que al fin encontró lo que esperaba.
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